Sonrío a la pequeña niña que me agarra de la mano. Mi hermana. Mi luz. Ella me mira con sus cálidos ojos marrones y la sonrisa de los mil amaneceres. En nuestro caso, no es una metáfora. Nací del Sol, y llevo la sangre del Sol en mis venas.
Apolo me trajo al mundo bajo un manto de luz y calor. Fue como sentir el fuego de una forma profunda que abrigaba tu alma y encendía tu espíritu. Siempre me pregunté qué se sentía, qué se sentía al tener el poder del Sol. La fuente de mi vida y la de mis hermanos.
Pero, de alguna forma, sé que el Sol es más que eso, mucho más. No solo ilumina la Tierra, sino también la esperanza de los hombres. Nuestro padre siempre ha sido un dios polifacético, pero hasta ese momento no me había dado cuenta de hasta qué punto, o qué significaba aquello. Ahora lo sé.
Apolo es el futuro, la mirada sobre todas las cosas, la espiritualidad más profunda, arraigada en todas las formas de expresión humanas. El Sol siempre sale y se pone; es su ley de vida, pero es nuestro padre quien sabe cuándo saldrá y cuándo se pondrá. Él es el Sol.
Apolo representa el calor, tanto el físico como el espiritual. La salida del Sol indica un nuevo mañana, y sin él, los hombres vivirían siempre en oscuridad. El calor llega a nosotros a través de formas diversas: a través de la melodía de la flauta, la guitarra o el piano que interpreta una balada; a través de las letras que impregnan fuentes impresas de papel, componiendo una historia; a través de las palabras que salen de la boca del enamorado a su damisela.
El calor es una emoción tan fuerte... que difícilmente puede pasarse por alto. El calor, la energía que transmite el Sol, es lo que los humanos siempre andan persiguiendo. Rehuyen el frío en las noches de invierno, cobijados bajo las mantas con un tazón de chocolate caliente. La unidad del grupo crea calor; el calor crea bienestar.
Eso es lo que el Sol te da: ganas de vivir, ganas de salir y darlo todo, ganas de disfrutar con la gente que quieres. Los hijos de Apolo nacemos con algo más que con un buen talento para la música, la poesía o las artes. Son las tardes las que nos hacen brillar como lo que realmente somos: depositadores de esperanza y bienestar.
Aún sosteniendo la mano de mi joven hermanita, miro a las hogueras que han encendido en la playa, donde los demás ya se sientan y ponen a punto sus guitarras, entre risas y charlas. Verlos ahí, a la luz de las llamas, mientras Apolo cruza el cielo para dar paso a su hermana, Artemisa, es lo más mágico que jamás he contemplado. Es como si estuviera viendo una imagen triplificada de ese modesto fuego. Son ellos: mi sangre, personas que han nacido con el mismo potencial que yo y mi hermana, pero humanos, al fin y al cabo. Sin embargo, por primera vez, los veo con una nueva luz, nunca mejor dicho: por fin formamos parte de la misma estrella. Ahí, con el reino del poderoso Poseidón de fondo, somos tan dioses como nuestro padre.