Hola de nuevo. Es genial poder escribir esto sin sentirme tan cansada como me sentía ayer. Llevo saliendo cuatro días seguidos de fiesta, un nuevo récord. Sí, lo sé, no soy muy fiestera, pero para mí es preferible la comodidad del hogar al jaleo de las calles. Y la razón por la que salí esos días fue para disfrutar con mis amigas de las fiestas de San Fermín antes de que se vayan de viaje. Se marchaban hoy. Buff, el caso es que no sé si querré salir estos días hasta tan tarde con la familia, sobre todo el fin de semana, que suele venir más gente.
No, prefiero quedarme en casa y esperar al lunes para salir y llevar a mi hermanita a las barracas (atracciones).
Lo que más me gusta de la noche son los fuegos artificiales y los bailes de street dance que hacen después. Los bailarines son todos sudamericanos y logran levantar el ánimo con sus chistes y sus bailes, qué envidia.... XD. Si por mí fuera, me iría a casa a las 24:00, pero claro, mis amigas son de las que piensan que hay que aprovechar mientras nuestros padres no nos reclamen. Ais...
Y bueno, supongo que no hay que contar mucho sobre lo que he vivido esta semana. Las atracciones son geniales y me encanta una que resulto muy refrescante cuando salí el jueves, que hacía un calor espantoso (40ºC). Oh, y por supuesto, la noria, mi querida noria. Es raro que a una persona que tiene vértigo le guste montar ahí, ¿verdad? Bueno, pero es que a mí ya me gustaba antes de descubrir que tenía vértigo y aunque ahora me pongo un pelín más nerviosa cuando acelera y te entra ese cosquilleo al moverse las casetas en la cima, impulsadas por el viento, me sigue gustando subir, las vistas son espléndidas ^^. Lo que daría por ver los fuegos artificiales desde ahí, se verían increíbles. Quizá deba probarlo un día, aunque sólo sea para quitarme el gusanillo de encima.
¿Qué más?
Ah, sí. Ayer salí de compras por los puestos que montan. Mi interés a la hora de mirar los mercadillos se resume en complementos y puede que alguna camiseta guay y veraniega. Vi un collar magnífica de un ojo azul en el centro de un sol, muy parecido a uno que tengo de luna, y pensé "Ya tengo a Artemisa, ahora sólo me falta Apolo". Pero no me lo compré, estaba ahorrando. Ahora puede que me arrepienta, pero en fin, siempre puedo volver otro día. Lo que pasa es que ayer no estaba nada animada; después de la semana tan calorcita que llevábamos, va y hace frío, y yo no iba vestida adecuadamente para soportarlo. Eso y el cansancio que sentía por haber salido hasta tarde el día anterior, me irritaron tanto que acabé por rendirme e irme a casa. No estaba de humor para salir ese día. Decepcioné a mi madre, porque era la primera vez que salía con ella y mi hermana en toda la fiesta, pero es que ella ya tuvo su tiempo para descansar y yo no, y lo necesitaba. Una noche de más juerga y explotaría.
Últimamente estoy viviendo los sanfermines con menos ilusión. Para empezar, duermo poco, y aunque yo soy madrugadora por naturaleza, no me sienta bien. Me levanto para ver los encierros a las 8:00, aunque cada vez los ignoro más y me pongo a leer. Es tradición, pero eso no quiere decir que me guste. Cada vez que veo a los pobres toros corriendo, resbalándose y separándose de sus hermanos, pienso que es ridículo hacerles eso para que luego acaben muriendo en el ruedo de las tardes. Nome parece justo, así de sencillo. Explotar a unos animales para matarlos luego, poniendo en riesgo la vida de mucha gente en medio, no va conmigo.
Pero bueno, llevo tanto tiempo viendo esos encierros que se me hace casi imposible dejar de hacerlo. Es como una droga. Supongo que la mejor forma de "desintoxicarse" es marchándose a otro sitio durante las fiestas, pero lamentablemente, mi padre tiene que trabajar mucho estos días y es con el dinero que gana en las fiestas con el que luego podemos viajar. A mí me parece bien para mi padre, porque no hay nada mejor que disfrutar de unos días en la playa, o en cualquier otro sitio tranquilo tras una semana intensa.
Afortunadamente, el próximo año me iré a Brasil a finales de junio por la boda de mi prima y estaré ahí un mes. Será el primer año que no estoy en San Fermín, lo cual será de aprovechar. Espero que al año siguiente por fin pueda cumplir mi sueño e irme a Londres, aunque tenga que volver a perdérmelos.
Oh, y las calles, mejor no comentarlo. En serio, ya os podéis hacer una idea de lo cochinas que están, sobre todo muy entrada la madrugada. Lo siento mucho por los barrenderos y basureros; son los que más trabajan, en mi opinión.
La alegría y vida de los Sanfermines es evidente, pero pasada la mitad de las fiestas, uno ya desea que acaben pronto. Y doy gracias a que no vivo en el centro, en donde la noche se inunda conciertos de pop, rock, jazz, jotas, y lo peor: heavy metal, muy, muy ruidoso. Por no hablar de los borrachos, los drogatas y demás. Aparte, tengo que ir vigilando el bolso cada dos por tres, porque quién sabe cuándo te puede desaparecer algo, aunque de momento no me ha pasado. Ahora ya sé de qué me sirvieron las clases de capoeira y es en momentos así cuando me alegro de conocerla a fondo, por si las moscas. Vale, puede que exagere, pero yo soy desconfiada en estas situaciones, de noche. Las calles de fiesta y llenas de gente no son mi entorno, así que tengo que mantenerme ojo avizor. Gracias al cielo, funciona. Y sé cómo moverme en mi ciudad, evito los garitos, los callejones...y procuro seguir caminos comunes a todo el mundo. Así es como se sobrevive.
No hay nada más que decir, ya estoy satisfecha conmigo misma. Estos días los dedicaré al relax en mi casa, y puede que mañana vaya al cine, pero no sé. Tengo que hablarlo aún.
Volveré a escribir pronto, antes de irme de viaje.
Hasta otra, de parte de "la Escritora".
Resacón, resacón y más resacón.
Alrededor del mundo
Cuando no hay cosas que contar....
El mundo se queda en silencio, perdido. Caminas y crees ver a zombies a tu alrededor. Cada cara marca una expresión distinta: tristeza, angustia, nerviosismo, relajación, felicidad...pero nadie dice nada, nadie se acerca a hablar contigo. Quizá no haga falta, te dices, quizá la gente se guíe por las expresiones de los demás, o quizá es que ya se hayan contado todo. El caso es que tú sientes que intentando abrir la boca pierdes del tiempo. Eres capaz de coger un espejo y analizar tus labios, unos músculos finos, gruesos, sensibles...cada cual tiene su descripción. Y llegas a un punto en el que no ves nada útil en ellos y te preguntas para qué son.
Has visto a mucha gente usarlos para hablar de cotilleos, para reclamar justicia, para llorar las penas o consolarlas... pero ¿qué hay ahora? Nada. Sólo unos músculos vacíos que no utilizas más que para llenar el cuerpo de necesidades, como la comida y la bebida. Las palabras han decidido permanecer dormidas en las cuerdas vocales, porque en verdad no son necesarias ahora. Y quizá nunca lo hayan sido.
¿Acaso hablan los animales? Se comunican, sí, por gestos y por sonidos. Pero ellos no necesitan las palabras para hablar. ¿Por qué tú sí? Ah, ya, porque eres una persona, y se supone que toda persona habla, ¿no? ¿Pero acaso no eres tú también un animal? Puede que algo distinto, más racional, pero hazme caso y mírate. Estás ahí, plantada en medio de la nada sin tener nada que decir. No abres la boca para hablar, sino para comer. En realidad, nadie habla. Y si te fijas bien, verás que incluso a veces cuando la gente habla, nadie la escucha. Así que, ¿de qué sirve decir cosas cuando nadie las va a leer, oír, prestar atención? Es preferible pensar en la vida, en disfrutar de cada segundo del silencio, un tiempo precioso para conocerte a ti mismo y conocer a los demás. Porque a veces olvidamos que para conocerse no sólo es necesario un "Hola, soy Marta". ¿Qué me dice un simple nombre de ti? Nada, en realidad. de acuerdo, te llamas Marta; yo conozco a muchas Martas. Pero lo que quiero es conocerte a ti.
Ves a una pareja sentada en la hierba que no habla. No tienen nada que decirse, al parecer, pero se mantienen juntos, abrazados, contemplando el horizonte. Eso es decir bastante. Pero a veces no es suficiente, ¿verdad? La gente tiene que abrir la boca para soltar lo que sea, cualquier chorrada como "Mira qué arbol tan grande" o "¿Has visto a ese tío tan delgado?". Esas frases resultan vacías y carecen de sentido. ¿Qué me importan a mí los demás?
Asi pues, cuando no tengo nada que decir, simplemente me callo y espero al momento en que deba decir algo, como ahora. Esa es la razón de que haya abandonado este blog durante tanto tiempo. Porque no tenía cosas que contar, al menos que valiesen la pena. Pero ahora mis cuerdas vocales se han activado, y el teclado transmite todos mis pensamientos a la pantalla.
No escribo esto porque me haya venido de repente la inspiración o porque tenga tiempo de sobra. Ya he tenido tiempo otras veces. No. Si escribo es porque tengo algo que contar, por mucho que esa frase suene repetitiva ;)
Un saludo de "La Escritora"