Mapi era una niña como otra cualquiera; le gustaba dar largos paseos en compañía de su hermana y su madre, y leía un montón de libros que su padre le traía de la librería en la que trabajaba. Tenía amigas, pocas, pero estupendas, y se lo pasaba bien con ellas. A veces quedaban en el parque y se divertían haciendo payasadas, y así continuaron siempre, incluso cuando crecieron.
Mapi creía que no hubiera podido ser más feliz en la vida el día en que su madre le compró su primer sujetador. Para ella era el símbolo de que se estaba convirtiendo en una mujer, una hermosa y fuerte mujer. Aquel mismo año, le vino la regla por primera vez y se asustó un poco. Los meses siguientes, también le vino por periodos y siempre le acompañaban unos fuertes dolores. En más de una ocasión, creyó que se iba a morir.
Los demás días en los que no estaba sufriendo, salía con sus amigas, pero éstas habían variado un poco su comportamiento. Su mejor amiga, Elisa, siempre estaba hablando con un chico de curso superior ahora, y las demás casi nunca la veían. Poco a poco, cada una fue encontrando al que sería su primer novio, pero Mapi seguía sola. Sus amigas dejaron de quedar con ella para estar con sus ligues. Eso llevó a Mapi a preguntarse por qué nadie se fijaba en ella. Un día, estando en su cuarto, se miró al espejo y no se reconoció. ¿Dónde estaban esas pecas que tanto la caracterizaban? ¿Y ese pelo, que anteriormente había sido liso, y ahora estaba ondulado? Orgullosa, se dio cuenta de que la niña que era antes había desaparecido....o al menos casi, porque se fijo en que era más plana que una tabla. Mientras sus amigas habían desarrollado más pecho, ella seguía con el que estaba, y tampoco tenía caderas, ni mucho trasero. Se veía odiosamente fea y pensó que esa la razón de que todavía estuviera soltera.
Así pues, Mapi se dedicó desde entonces a lograr una perfecta proporción. Quería engordar y se puso a comer como loca, sin importarle las calorías. Cada sábado iba a un restaurante de comida rápida y cuando no podía, le pedía a su padre que le trajera algo. Comía a todas horas, incluso mientras hacía la tarea, aunque ya hubiese merendado antes.
Pero se pasó del límite, ya que no hacía ejercicio para equilibrar la cantidad de calorías que se metía cada día. Sin darse cuenta, aumentó su colesterol, pero eso no fue lo peor. Cuando Mapi creyó que ya estaba lista para mirarse otra vez en el espejo, se horrorizó aún más. ¿Quién era esa foca? Era ella. Mapi se había sobrepasado del límite y había engordado hasta diez kilos.
Se hundió en una depresión, pensando en que nunca podría ser guapa. Estaba más fea que antes y encima, seguía estando soltera.
A ese problema le acompañó otro: su madre y su hermana estaban pasando una etapa difícil en la que las dos se peleaban cada dos por tres. Su padre no sabía que hacer y empezaba a desesperarse. Con todo eso, nadie osó prestar atención a su hija pequeña. Su padre ya no le llevaba libros, porque se había dado cuenta de que ya no llamaban tanto su atención, lo cual le entristeció.
Mapi se sentía más sola y abrumada que nunca. El mundo que ella tanto había ansiado y soñado se había convertido en un infierno. Inconscientemente, dejó de comer, se encerró en su cuarto y tan sólo salía para ir a clase. Su nivel en los estudios disminuyó y tuvo que repetir un curso. Se sentía enormemente desdichada, porque había perdido a todas sus amigas.
Un año sus padres se dieron cuenta de que ya no se querían y se divorciaron. Su hermana se fue con su padre y ella se vio obligada a permanecer con su madre, que se había vuelto fría y muy cerrada en sí misma, más incluso que su hija.
Mapi no quería seguir viviendo en un mundo en el que nadie la comprendía. Un día, mientras caminaba por la calle de noche, vio un grupo de chicos metiéndose droga y decidió unirse a ellos. Se aferró a esas sustancias como si fueran un bote salvavidas. Cada día se tomaba una pastilla y si estaba realmente triste, se tomaba dos.
Ingresó en urgencias debido a una sobredosis y estuvo en coma dos semanas. Su madre le gritó y exigió que lo dejara, pero ella se resistió. Entonces la llevó a un psicólogo. Mapi no quería ir ahí, se sentía como si fuera una loca a la que estuvieran llevando a un manicomio. Pero el hombre que la atendió tuvo paciencia y no la presionó. De repente, ella le soltó lo que consideraba una vida amargada y horrorosa. Le habló, o más bien gritó, sus preocupaciones. El psicólogo la escuchó, sereno, y cuando acabó, le dijo que eso no podía seguir así. Mapi le preguntó que ella no era quien para poder pararlo. El psicólogo le contestó:
- Querer es poder.
Y acto seguido, se la llevó fuera de la consulta y la condujo hacia una calle muy extraña. Mapi tenía miedo, pero confiaba en que el psicólogo la protegiera. Eso era lo que necesitaba, un protector, un guardián.
El psicólogo la llevó a una especie de casa en ruinas y le mostró a cientos de personas como ella, infelices, drogadas, algunas sin hogar... El hombre aseguró que había tratado a casi todos, sin éxito. Le contó la historia de varios de ellos y finalizó diciendo:
- El mundo está lleno de caminos y direcciones, y cada uno tiene sus trampas. Las personas disponemos de libertad para elegir que caminos queremos tomar, pero a menudo son las presiones de los grupos los que nos obligan a tomar un camino que no queremos. Pero nosotros tenemos voluntad para decir "No". Hay que aprender a decir "No", pequeña, porque si no lo haces, esto no parará nunca. Todas las personas nos enfrentamos a problemas en nuestra vida y no siempre salimos airosos, pero el puente de la vida es muy largo y aún nos queda otra oportunidad. Debemos terminar el puente, llegar hasta el final. No conviene quedarnos atrapados en un sitio, debemos seguir siempre adelante. Y la clave para hacerlo es decir "Yo puedo". Así que dilo, Mapi, di "yo puedo".
Mapi negó con la cabeza, no creía que pudiera hacerlo. Le faltaban las herramientas necesarias para seguir, le faltaban la autoestima y la seguridad. Pensó en lo bello que habría sido permanecer en la niñez de por vida. "Los niños son tan felices", pensó. "Siempre están divirtiéndose y nunca tienen preocupaciones". Recordó los buenos ratos que había pasado leyendo libros junto a su padre y los largos paseos junto a su madre y a su hermana. Rememoró las pasayadas de ella y sus amigas. "Qué bonito sería volver a vivirlas". Y tomando una decisión, dijo:
- Yo puedo.
Y dijo no a las drogas y no a su extrema delgadez. Dijo no a los ataques y dijo no a la infelicidad.
Poco a poco, fue reconstruyendo la fortaleza que se había derrumbado hacía tiempo. Visitó a su padre y a su hermana y le pidió a su padre que volviera a enviarle libros. Los libros le abrieron la puerta a un mundo nuevo, lleno de esperanzas.
Consiguió graduarse y estudió Pedagogía en la universidad, en donde conoció a nuevos amigos, entre ellos, a su primer novio. Con él descubrió las maravillas de sentirse enamorada y cuando acabaron sus estudios, se fueron a ver mundo. Estuvieron en Londres, en París, en Bruselas, en Egipto... Y en el último tramo de su viaje, él le pidió que se casara con él. Ella se echó a sus brazos y llorando de alegría dijo "Sí". Se mudaron a Argentina, en donde celebraron su luna de miel.
Ese mismo año, se enteró de que a su madre le había dado un ataque al corazón. Viajó a España de nuevo sólo para ver cómo se encontraba. Una vez en el hospital, madre e hija se fundieron en un abrazo y se disculparon por todos los errores que habían cometido.
Llamó a su marido para decirle que se quedaría una semana y él dijo que esperaría. Mapi sonrió, pensando en que nunca hubiera encontrado a alguien mejor para compartir su vida.
Pensó en lo que hubiera sido de ella si aquel psicólogo no la hubiera ayudado entonces. Se encontró con una de sus amigas de la infancia, Elisa, y la vio completamente destruida. Ya no era la chica vivaz y picarona que había conocido. Estaba hecha polvo, porque su actual novio la había violado y la había echado de casa. Ahora vivía en la calle y además estaba embarazada. Mapi se despidió de ella con el corazón encogido.
Fue a visitar al psicólogo. Dio con él en una residencia y se asombró del cambio que había pegado. Ahora tenía 65 años.
Cuando la vio, la reconoció. Nunca se olvidó de aquella paciente tan especial, aunque igual en el fondo que las otras chicas a quienes sus padres habían pedido que las tratara. Sonriendo, le dijo.
- Ya casi he llegado al final del puente.
Varios días después, moriría de un infarto. Mapi acudió al funeral y se lamentó. Dejó un dibujo que ella misma había hecho frente a la tumba, un dibujo de un puente larguísimo en el que ponía: "Lo has conseguido".
Después de aquello, Mapi volvió a casa y se llevó a su familia para que pasara un tiempo con ellos.
Tuvo un hijo, a quien puso de nombre Manuel. Ella y su hermana se divertían jugando con él. Mirándolos a todos, pensó en la palabra que anteriormente nunca se hubiera permitido pronunciar: "Soy feliz".
2 comentarios:
Oh. Me ha gustado muucho esta historia, Nai. La verdad es que llegando al final se me han saltado un poco las lágrimas. Es que soy muy sensibilera a la hora de leer xD
Espero leer más cosas como esta =D
Ohh Nai, qué bonito relato :O Está genial, en serio. Un poco triste, pero a la vez lleno de esperanza ^^ Me gusta mucho como escribes :)
Y te digo lo mismo que Laia: ojalá cuelgues más cosas así :D
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