Óyelos, están ahí.
Flautas en medio del silencio.
Susurrando melodías de angustia.
Corren, se deslizan.
Aguas sin destino en un mar de sueños rotos.
El aire se agita
Llueve sobre la hierba pegajosa.
La oscuridad nubla los troncos del círculo.
Cascadas, suenan las flautas.
Do, re ,mi, fa alto.
No queda salida.
No queda esperanza.
Solo susurros en la noche.
Negro es el abismo
Negro es su vacío.
Ahí en el pecho
falta un hueco.
Gotas que forman ríos sobre las laderas sin hierba
Y caen sin aliento salpicando su agonía.
Y se deshacen. Y vuelven a nacer
cual fénix de las cenizas.
Pero no es ardor lo que siente.
Es frío. El frío nocturno.
El frío del invierno.
El frío del hueco vacío.
Sollozos en la noche
En el nombre del Sol
Sonrío a la pequeña niña que me agarra de la mano. Mi hermana. Mi luz. Ella me mira con sus cálidos ojos marrones y la sonrisa de los mil amaneceres. En nuestro caso, no es una metáfora. Nací del Sol, y llevo la sangre del Sol en mis venas.
Loneliness
Lágrimas azules que se tornan grises y salpican un mar de espuma rabiosa, en una tormenta de nubes negras.
"Nubes negras".
Negro es todo lo que ve. Negro es todo lo que es.
Agita los brazos y sale a la superficie, para ser arrollada de nuevo por la brava ola.
Flota en ese estado lamentable, encogida.
Tiembla hecha un ovillo, como si estuviera en tierra.
Le gusta la tierra; es cálida y sólida. El mar es frío, oscuro, misterioso. En la superficie no ves el fondo. En el fondo la superficie queda muy lejos.
Pero lo peor no es eso. Lo peor es la magnitud. Mire donde mire, siempre ve agua, burbujas por todas partes. Solo está ella. Solo está el mar. Pasa mucho tiempo antes de que un pececito decida asomarse por allí.
El resto del tiempo está sola, en una tormenta de nubes negras.
Y ella quiere nadar, alejarse de ese océano tempestuoso y hostil y llegar a tierra, donde le esperan sus amigos, donde le espera su familia. Pero no encuentra el camino Y nada y nada, y solo hay oscuridad.
Arriba y abajo, derecha e izquierda, atrás y adelante.
Mire donde mire, vaya donde vaya, piense lo que piense, el mar no desaparece.
Y quizá nunca lo haga.
A una vida mejor inexistente
Desde que tengo memoria soy aficionada al cine, y aún más a la literatura. Los libros me enseñaron lo que era el amor, lo que era la justicia. Podía pasarme horas y horas leyendo y releyendo páginas, ansiando como los protagonistas el final feliz, que casi siempre se cumplía.
Pero con el paso de los años, una descubre que la vida no es de color de rosa.
Crecí sabiendo que lo que sucedía en las películas y en los libros no es más que ficción, pura y dura ficción, pero entonces, ¿por qué llegaba a identificarme tanto con un personaje? ¿Por qué me asombraba cuando la gente me decía que le había pasado cosas muy parecidas?
Creí que había algo, aunque fuese una mínima parte, de verdad en esas historias.
Sin embargo, seamos justos, la vida no es una película.
No existen caballeros medievales, y muchos menos héroes. Tampoco hay finales felices, al menos para mí. He pasado toda una vida viendo historias que se repetían una y otra vez, llegando a comprenderlas, pero pocas veces a identificarme con ellas. Creía que el mundo podía ser un lugar donde podría encajar.
A los doce años, pensé que mi vida mejoraría cuando estuviese en Bachillerato. En Bachiller, pensé que mi vida mejoraría con creces cuando llegara a la Universidad.
Pero estoy en la Universidad y todo sigue igual, incluso peor. Y poco a poco dejo de tener sueños y aspiraciones porque he aprendido que mi vida no está hecha para el final feliz de las películas. No soy un drama, ni una comedia, ni una tragicomedia... No soy nada. El mundo se ha cebado conmigo demasiadas veces y, por ser quien soy, no puedo tomármelo con humor como harían otros, siempre viendo el lado positivo de las cosas. Yo no soy así, hace tiempo que dejé de ser así. Sufrí mucho, y aún sigo sufriendo. Me siento como un fantasma en una sociedad que avanza a mis espaldas. Si miro atrás todavía puedo ver mi reflejo en el cristal: el de una pobre chica solitaria que siempre se sentaba sola en el autobús, mirando por la ventana, imaginando que algún día aparecería esa persona especial con la se identificaría y podría ser feliz. Pero como he dicho, la vida del cine no está hecha para mí. No soy una princesa de cuento, y ni siquiera soy una persona normal marginada, porque incluso esas acaban siendo felices en las películas. Solo soy una pequeña parte de esta sociedad cruel.
La buena suerte no existe para mí, me pasan desgracias todo el tiempo. Soy la típica chica que siempre está perdiendo algo, a la que le pueden vacilar o robar fácilmente. Nunca puedo permitirme andar con confianza por la calle, porque sé que si lo hago, terminará pasando algo, como la experiencia me ha demostrado. Y piensas: "¿Por qué me ocurren estas cosas solo a mí?" La que casi nunca habla, la rarita que lleva bolsos frikis de series que nadie más ve. Si la gente me mira, siempre es de forma rara. Me siento criticada incluso por personas a las que no conozco. Si me atrevo a ir sola al cine, la gente se cree que no tengo amigos y que soy una marginada, y por eso se creen con derecho de hacer cosas como robarme un gorro de lana que me compré hace unos meses y que siempre usaba.
No sé qué ven los chicos en mí, y no creo que lo sepa nunca, porque últimamente casi siempre estoy llorando. Lloro cuando nadie me ve, y luego finjo una sonrisa ante mis padres. Pasan por completo de mí que ni se dan cuenta o, si se dan, lo malinterpretan. Ni siquiera mi madre se ve capaz de sentir el menor aprecio por mí. No confía en mí, me trata como una estúpida y me mina la moral y la autoestima cada día con sus gritos y sus insultos.
Me siento muy sola. Ni siquiera me siento capaz de confiar estas cosas a mis amigos, mi increíble y humilde familia de verdad. Cuando estoy con ellos, me siento a gusto y mis barreras se deslizan por un momento, creyendo estar a salvo entre tres, cuatro o cinco barreras más que pueden ponerse en tu lugar perfectamente. Pero entonces descubro que la vida trata mejor a esas personas que a mí. Siempre, o por lo menos muchas veces, tienen suerte. Son capaces de vivir experiencias que para mí son inalcanzables. A ellos nunca les han robado, o han perdido cosas, o los han tachado de torpes e inútiles. Su vida parece tan perfecta ante mis ojos, que pienso que es imposible que lleguen a sentir alguna vez lo que yo siento, y es cierto. Nadie puede sentir lo que yo siento, soy única en mi especie. Única. Cuando todo lo que querría es que el mundo me dejase en paz de una vez, en lugar de tratarme tan mal. Cuando lo único que querría es ser una persona normal como los demás, hablar como los demás, no tener miedo de hacer locuras, vivir las mismas experiencias, ser igual de aceptable para los demás. No puedo saber que muchas de esas personas también pasan a veces por cosas igual de traumáticas o tristes. Yo sufrí bullying, otros también. Lo que les diferencia de mí es que son capaces de seguir luchando, porque aún les quedan fuerzas y herramientas para hacerlo. Todavía tienen algo a lo que aferrarse.
Yo, en cambio, veo cómo el fino hilo que me ata a esa vida, a esa esperanza, se desliza por entre mis dedos. Se me ha escapado ya tantas veces y he corrido tanto tras él, tropezándome, que llegará un día en el que ya no pueda seguir más y me derrumbe, y el hilo se me escape para siempre y vuele lejos.
Si esto fuera una película, al final aparecería algo que me hiciese agarrar con firmeza el hilo y no soltarlo nunca, pero la vida no es una película, y mi vida ya no puede ir a mejor, sino a peor.
Soy la persona que escribe esta redacción como vía de escape al dolor que siente en estos momentos. Dolor porque ya está harta de este mundo miserable, que la golpea una y otra vez desde que empezó el año. De haberlo sabido, jamás habría querido que acabase el anterior. Soy la persona prescindible, de la que todo el mundo pasa. Ni siquiera mis compañeros de clase se acuerdan de mí, salvo para cuando les interesa. Tengo amigos, sí, unos pocos en la Universidad y otros fuera, pero ¿quién de ellos me escogería como compañera para vivir una aventura o para permanecer en una isla desierta cuando tienen otros miles de amigos más enrollados que pueden darles lo que exactamente quieren?
No soy una persona desagradable, siempre lo he hecho lo mejor que he podido. Creí que si era buena persona como los protagonistas de los libros que leía de pequeña, al final me acabaría pasando también algo bueno. Pero gracias a mi madre he descubierto que no soy buena persona en verdad. He sido una hipócrita toda mi vida. Creía estar haciendo cosas buenas por los demás cuando siempre me he preocupado por mí misma, solo por mí. Si ella se hubiese molestado en ponerse en mi lugar, quizá habría sabido que si lo hacía, era porque nadie más me prestaba atención. Cuando nadie mira por ti, empiezas a hacerlo tú. Y ese egoísmo se incrementa, y cuando te pasan tantas cosas malas o pequeños infortunios de golpe, no puedes evitar hacer de un grano toda una montaña, y empiezas a maldecirlo todo: tu familia, el mundo que te rodea, tu personalidad... Empiezas a odiarte a ti mismo y, como las comparaciones son inevitables, te preguntas por qué no puedes ser como la amiga con la que todos se ríen, o como la amiga que tiene éxito profesional y todo le sale a pedir de boca.
En cambio, a mí no me queda más aspiración que una, y ni siquiera es probable que se cumpla. Me pregunto si dentro de diez años estaré aquí, desahogándome de nuevo en este lamentable blog cuyo nombre es como una bofetada en toda la cara en estos momentos. Pura ironía. Creí que mis sueños eran luz, pero en realidad no existe la luz para mí, tan solo la oscuridad.
Pesadillas y oscuridad.
La realidad y la fantasía de los filmes (montaje)
Después de una entrada un poco triste, me gustaría, para aliviar el malestar que pueda causar, colgar algún montaje hecho por mí (en principio iban a ser montajes, en plural, pero viendo la velocidad del blogger para subirlos...). En ocasiones las películas, aun siendo pura fantasía, igual que las novelas, ilustran de maravilla lo que nos sucede a nosotros en el día a día, o cómo nos sentimos o nos vemos. Quizá no todas las experiencias tengan un final feliz, o quizá aún no hayamos experimentado esas escenas tan románticas de primera mano y nos parezcan imposibles, porque no existe gente así en la vida real. ¿Quién sabe?
Tampoco es que tengamos superpoderes ni nada por el estilo. No podemos leer la mente ni mover objetos sin tocarlos. Pero podemos elegir nuestro camino y qué hacer con lo que tenemos.
Y yo he hecho esto: http://www.youtube.com/watch?v=eGMOCRB6rG0&feature=plcp
Puertas cerradas
Dicen que en ocasiones, el camino de uno ya viene señalado, pero en realidad no está compuesto más que por una serie de hierbajos que debes ir apartando para lograr formalizar la calzada.
El problema está en que algunos hierbajos están tan enraizados en la tierra, que cuesta arrancarlos, y no tienes más remedio que sortearlos o caminar por encima, soportando los atascos y los tropezones.
Nunca sabes hacia dónde te va a llevar ese camino. En ocasiones observas cómo se materializan dos o más desvíos. ¿Cuál escoger? ¿Cómo saber que vas en la dirección correcta? Puede que tengas suerte y termines escogiendo el destino que deseas, pero otras veces, te presentarás ante puertas que, por mucho que lo intentas y forcejeas, no se abren.
La vida se acaba consumiendo, y hoy en día parecen existir más puertas cerradas que abiertas, y son muy pocos los capacitados para encontrar la salida. Pasas por muchas desilusiones y ves cómo con cada una de ellas otra puerta más se cierra. Te sientes atrapada en tu mundo, incapaz de avanzar, porque no te dejan.
Esto le ocurre a todo el mundo, dicen, pero son los jóvenes los que lo sufren en su carne todos los días.
Trabajos inalcanzables, sueños incumplidos... La negación de una oportunidad de demostrar lo que vales.
Una puerta cerrada detrás de otra.
Llega un momento en que empiezas a perder la esperanza y ya no sabes hacia dónde tirar. Te acurrucas en tu camino lleno de hierbajos, hecho/a un ovillo y desahogas tu agonía, pues piensas que ya no queda más por lo que luchar. Después de recibir tantos nos y ver cómo las oportunidades se escapaban de entre tus dedos, poco hay que pueda consolarte.
Lo más duro es ver a tu alrededor gente que lo tiene todo fácil y avanza sin problemas. Amigos que consiguen empleo gracias a contactos, que viajan por el mundo, a los que conceden beca, que tienen novio/a... Y eso te lleva a pensar qué tienes tú para que el mundo te odie tanto, o por lo menos, no te soporte o te ignore, como si fueras una sombra dentro de la sociedad. Piensas que algo falla en tu vida, por la que empiezas a sentir rencor, porque sientes que nadie te ha dado suficiente apoyo o ha tenido demasiado en cuenta tus sentimientos. Siempre se ponen excusas:" no hay dinero", "no tengo tiempo", "no puedo, lo siento"... Y tú asientes y piensas: "Vale, puedo entenderlo", cuando lo cierto es que lo único que tienes en mente en ese momento es la cantidad de favores que haces y lo poco que te los agradecen más tarde. Bueno, los favores no se inventaron para recibirlos a cambio de darlos, ¿no? Y sería muy poco considerado por tu parte echárselo en cara, así que te guardas tu amargura para ti mismo y observas cómo los demás siguen avanzando y abren sus puertas sin problemas, mientras ves cómo las tuyas se van cerrando.
El destino es cruel, y te juega malas pasadas, ¿verdad? Aquel concierto de aquel super grupo famoso que tú te morías por ver y que al final, solo fue un fantasma más de tu día a día, porque nadie quiso ir contigo y no pudiste acudir tú sola, siendo tan lejos. O aquellas ofertas de trabajo que te interesaban pero para los que jamás te cogieron debido a tu nula experiencia. Y lo que primero que te viene a la cabeza cuando escuchas esto es: "¿Y cómo demonios voy a ganar experiencia si nadie me deja intentarlo? ¿Qué tengo que hacer?" Sin trabajo, no hay dinero, y sin dinero, poco podías hacer para ahorrar para ese viaje de ensueño que te morías por realizar. Y llega un punto, cuando se es lo suficientemente mayor como para empezar a ganar dinero por ti mismo/a, en el que pedírselo a tus padres resulta vergonzoso y casi mezquino, como si les estuvieras obligando a seguir cuidando de ti, como si jamás estuvieras dispuesta a abandonar el nido. Y la vida resultaría mucho más sencilla si así fuese, ¿verdad?
Pero en el fondo sabes que no es eso lo que quieres. Solo quieres una oportunidad, que te dejen luchar por lo que deseas, que te permitan cumplir tu sueño.
Así pues, permaneces sentada durante lo que parecen décadas frente a esa puerta, esperando con tu alma que se abra. Algunas lo harán con el paso del tiempo, mientras que otras seguirán siendo los sueños que jamás cumpliste. Es ley de vida; algunas puertas nunca podrán abrirse... siempre que no encontremos la llave necesaria para hacerlo.
Y esa llave eres tú, no el destino, ni la suerte. Lo que pasa es que no es sencillo tomar la iniciativa cuando todo lo que rodea a los tuyos está impregnado de esos ingredientes, mientras que tú, sigues igual, sin cambiar, sin suerte ni nada. Es en estos casos cuando dejas de escuchar a los que te dicen: "Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte". La suerte jamás está, ha estado, ni estará de tu parte. Tu vida es una lucha ardua por ganar lo poco que tienes, no una suerte.
Y la gente no se da cuenta y no reconoce tu mérito.
El mundo se ha transformado en Panem